El budismo zen, principalmente bajo la forma de la escuela japonesa sōtō, ha penetrado en Occidente desde hace ya unas cuantas décadas, comenzando su difusión y su práctica entre nosotros a partir de mediados del siglo pasado. Como siempre ha sucedido, el modo en que el Budismo llegó a nuestras tierras debería haber haber iniciado un proceso de inculturización, sin embargo estas formas importadas han sido aceptadas acríticamente también por nosotros, acabando cristalizándose, en gran parte de los practicantes, como la única forma adecuada.
¿Cómo y por qué ha sucedido esto? En la advertencia a la segunda edición de este ensayo (una primera parte había aparecido ya anteriormente, 2018) leemos:
«En el origen de este ensayo está la voluntad de responder a una pregunta, La pregunta tiene que ver con las “formas” japonesas a través de las cuales el zen se difunde en Occidente.
El problema no está tanto en la observación histórica de que, para trasmitirse en lugares y épocas distintas, el budismo haya tenido que acudir a las “formas” culturales de aquellos lugares y de aquellas épocas. El problema surge, en cambio, cuando esas “formas”, pretendiendo ser forma y contenido juntos, se vuelven rígidas y no conseguimos liberarnos de ellas, para regenerar en otro lugar el proceso mismo, de manera distinta, y después para volverlo a formular de nuevo. El budismo es definido por la “vía del medio”, que Nāgārjuna describe como renuncia a toda posición predefinida (cfr. Mādhyamakakārikā, 13.8).
La cuestión sería, de cualquier modo, poco relevante si a esta no se asociase el hecho de que la jerarquía de la iglesia Sōtō Zen japonesa, a la cual están dedicados tres capítulos de la segunda parte, se reserva fuertemente para sí misma la exclusiva certificación de la “trasmisión válida”, evitando incluso la participación de practicantes occidentales en las estructuras y en los procesos de decisión. […] La respuesta a porque esto sucede, tiene poco que ver con el budismo propiamente dicho; la respuesta, en cambio, parece tener que ver con esa particular concepción de sí mismos y con ese particular “espíritu religioso” que definimos como “japonesismo”»
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