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Channel: Huellas del Zen
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El fin de cualquier coartada IV. Mauricio Yushin Marassi

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El tercer punto que he enumerado, fundamental respecto a la misma existencia, es la necesidad de la confrontación, de la relación dialéctica con otros que, como nosotros, estén recorriendo el mismo camino.

En la práctica la experiencia de siglos enseña que, especialmente en los primeros años de quien se acerca al budismo, el aislamiento puede ser causa de malos entendidos, de peligrosas desviaciones, dañinas, incluso de forma grave, para nosotros y para las personas que tenemos cerca.

A veces sucede que quien se inicia solo a practicar y estudiar el budismo, en particular el zen, se convierte en extraño, es decir que se comporte de forma excéntrica, extravagante. Convencido, e intentando convencer a las personas alrededor suyo, de que este comportamiento desciende de un conocimiento más alto, inefable, por lo que no se puede dar justificación de los propios actos mientras que estos actos parecerían perfectamente normales a los “iniciados”.

Esto sucede de modo particular a personas privadas de auto-ironía, las cuales no tienen la posibilidad o la voluntad de confrontarse, de entrar en discusión con los propios iguales. Los primeros en estar satisfechos o insatisfechos del cambio que le ocurre a una persona son las personas más cercanas. Si el budismo zen lleva al litigio, a la disgregación o a la falta de armonía con la familia, antes que atribuir estas perturbaciones a la incomprensión del próximo es preciso considerar con mucha atención si nuestro actuar está verdaderamente impregnado de zen, o más bien de alguna cosa diferente. Por ejemplo egoísmo, infatuación exótica o incluso perturbación psíquica...

Unido al punto precedente está la cuarta indicación básica para configurar la propia vida sobre la base del budismo Zen, el trabajo. Es decir la actividad física e intelectual, la fatiga, el sudor, el empeño personal en todas las actividades que componen nuestra elección mundana, que es el plano de la vida que nosotros estamos viviendo realmente: padre, hijo, marido, enseñante, campesino, médico, estudiante, abogado, monje, laico, etc. etc.. A veces el budismo y la práctica vital del zen son consideradas actividades quietistas, tendentes a la ruptura de compromisos. Es un estereotipo carente de fundamento. Antes bien, es parte de un correcto entendimiento de la vida de un hombre zen el cumplimiento alegre, atento y fiel de las actividades nuestra vida.

Este punto, importantísimo, significa por un lado que el zen no procura ninguna excusa para irnos fuera de nada, por otro lado quiere decir que no existe una forma de vida privilegiada en la que el zen, o el hombre zen, se pueda realizar y sin la cual no sea posible llegar al fondo del propio ser, como así mismo de recorrer el camino que conduce a la extinción del sufrimiento.

Una de las características más apasionantes del budismo zen es precisamente esta, la de ofrecerse a todos, sin distinción de estatus, de clase, de rol, de sexo, de edad, sin ninguna discriminación que esté basada sobre las peculiaridades que hacen de nosotros hombres o mujeres nacidas en este mundo. Cada cual, sin necesidad de rarezas o particulares exotismos, puede realizar su ser único e inimitable, viviéndolo en aquello que ya hace, sin ninguna necesidad de modificar de forma excéntrica la propia existencia. El cambio sucede dentro de nosotros. No obstante, a veces, nos entra obsesionamos con lo muy profundos que somos (y es precisamente aquí cuando nos convertimos en “raros”), habitualmente no se ve nada, no hay ningún rastro de “nuestro zen”. Entonces, esto, es verdadero zen.

Ciertamente, habrá elecciones que serán reconsideradas, especialmente aquellas que hemos hecho por motivos exteriores, o por avidez, no encontrarán ya razón de ser en nuestra vida, serán estorbos e incomodidad en nuestro nuevo modo de existir. Pero esto sucederá en cualquier proceso de maduración, concierne al cambio exterior que se genera cuando dentro de nosotros cambiamos y nuestro viejo traje comienza a estarnos o ancho o estrecho.

FIN

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Del libro "E SE UN DIO NON CI VENISSE A SALVARE?. Il buddismo Zen in sei conversazioni", de Mauricio Y. Marassi y Giuseppe J. Forzani", Ed. Marietti, Genova, 2003, p. 30 ss.

Traducción y fotografía: Roberto Poveda


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